OLIVOS Y CIPRESES EN CORFÚ, un paisaje en duelo. A don Manuel Cabello de Alba Moyano

El primero de abril de 1911, José Garnelo sufre la terrible, aunque esperada, muerte de su padre, don José Ramón Garnelo Gonzálvez, médico erudito que enriqueció el ambiente cultural de Montilla con una imprenta y dos publicaciones periódicas, La Campiña y El Anunciador Montillano. Él fue la persona más influyente en los caracteres personales y artísticos de José Santiago, la lectura de sus cartas familiares denota el profundo respeto y admiración mutuos; desde niño fue su padre, tutor y cómplice; incluso aprobó que el joven dejara los estudios de Filosofía y Letras en Sevilla, para dedicarse a las Bellas Artes.

En esos días de la temprana primavera de 1911, el duelo, potenciado por el carácter depresivo de José Garnelo, hacen que su amigo, el conde Androufos de Corfú, se percate de su estado anímico y le proponga un viaje a la isla griega, un viaje reparador para las heridas del alma.

Ya en Corfú, en mayo de 1911, José rinde homenaje, aunque no explícito, a su padre; en un sugestivo y conmovedor lienzo de 125 x 180 cm, una obra atípica en la colorida producción garneliana, donde el pintor trasluce su desgarrador debate de sentimientos.

La luz y la vegetación evocan el Hades o Inframundo griego, aún la muerte es reciente, la flora mediterránea y mitológica de la exuberante Corfú transmite melancolía pero, al mismo tiempo, la verticalidad de cipreses y asfódelos sugiere el tránsito de su padre a la Eternidad, al lugar de los héroes. 

La tenue luz del amanecer, emergente desde las costas de Albania, entra al servicio de la mitología. José deja la vida en segundo plano, para recrear el Inframundo, los olivos sufren un estado carente de vitalidad, con plateado follaje, carcomidos troncos y tenebrosas ramas. Toman protagonismo los gamones, como parte de los Campos de Asfódelos, donde moraban los “normales”, pero por donde transitaban los “genios” hacia el más reconocido lugar del Hades, los Campos Elíseos. Los cipreses encarnan a Cipariso, amante de Apolo,  condenado por éste a llorar eternamente a los muertos, mientras que a él solo lo lloraría el mismo dios, ejemplo de que nadie, ni las deidades, es ajeno al sufrimiento que entraña la pérdida de un ser querido.

En estos momentos, Olivos y Cipreses en Corfú, ciento diez años después, expresa un mismo estado de ánimo, el de todos aquellos que añoramos a Don Manuel, en la confianza de que se encuentra en el mejor lugar de La Eternidad.

 

Fidel Romero López.

Museo Garnelo. Consejo de Dirección