A su regreso a Madrid, el artista organiza una exposición en el Ateneo, en la que dispone la mayor parte de la obra pictórica elaborada durante su peregrinar apasionado por las distintas regiones de Grecia. Al tiempo da desarrollo a una serie de conferencias mediante las cuales describe su viaje artístico que, años después, en 1917, tendrían continuidad en su ensayo “Cuatro palabras recordando un viaje a Grecia”, publicado en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. En todas estas obras del ciclo griego refleja Garnelo la constante búsqueda de sus orígenes, de la propia génesis de la cultura occidental y de sus raíces y fundamentos estéticos e ideológicos. Todos estos apuntes tienen la nota común de la familiaridad, de la coexistencia, como si en el proceso creativo, en la dinámica de elaboración de cada obra, se estableciera una empatía reveladora entre el pintor y el propio objeto de representación, sea éste un fulgurante resto marmóreo, el contorno reverencial de la Acrópolis, o la tumba perdida de un héroe, tamizada por la purpúrea luz del crepúsculo. Todos estos contenidos se resuelven mediante precisas y sintéticas pinceladas, que confieren a cada trabajo una desconcertante frescura y una inusual determinación formal. En otras obras de este conjunto de apuntes se valora, como único argumento, el entorno natural; en ellas, el valor fundamental es el paisaje, cubierto de bosques de olivos seculares, linderos perfilados por hileras de cipreses, sin una constatación demasiado rotunda de lo que suponía la dimensión arqueológica de la Grecia monumental.
Como heredera de Grecia, también Roma se constituirá en fuente de inspiración para el pintor, quedando patentizada su comparecencia en este repertorio de trabajos a través de las ruinas de Pompeya, o el contorno amenazante del Vesubio, semioculto a la vista entre los restos que él mismo preservara, así como mediante vetustos encuadres urbanos de la Ciudad Eterna, o de algunas de las históricas villas que enriquecen con su secular presencia ese mosaico inigualable que constituye el dominio cultur La enorme variedad de paisajes existentes en España constituyeron igualmente una fuente de inspiración inagotable para el artista, que supo captar cumplidamente las distintas luces existentes en cada entorno geográfico: el húmedo verdor de los bosques atlánticos, la luz hiriente y perfilada de las serranías de Cazorla, la incidencia del celaje en los campos de Castilla, los reflejos cristalinos del agua en los arroyos, la mutante orografía del litoral... Se completa esta colección de apuntes del Museo Garnelo de Montilla con una nutrida muestra de trabajos que dan buena cuenta de la constante inquietud y condición viajera del pintor, que no cesó de enriquecer su amplia formación con reiteradas visitas a diferentes enclaves europeos, en los que al tiempo que desplegaba su innata curiosidad como visitante, ejercía también como artista, ayudado de esa privilegiada condición que le permitía captar íntimamente —legándonoslo a todos— mediante una fugaz sesión de trabajo, la esencia misma de las cosas, salvaguardándolas del decurso del tiempo. Para Garnelo, la visión del paisaje y su “conocimiento” ha de ser interior, por lo cual la consideración de este género ha de aparecer connotada de intimismo y de suficientes claves simbólicas, que deben actuar como nexos de encuentro entre el “yo” personal del autor y las reacciones psíquicas del espectador. Por vez primera podemos ver aquí reunida, con carácter permanente, una excepcional muestra de apuntes de paisaje de José Garnelo que, sin duda, modificarán la valoración que en la propia historiografía artística se ha venido considerando reiteradamente acerca del pintor y del conjunto de su producción. |